lunes, 30 de noviembre de 2009

Almacenes galénicos, hornos paracélsicos y herbolaria de Indias.

Edidión castellana de Piratas de América

En 1681 veía la luz Piratas de la América (Colonia Agrippina, en casa de Lorenço Struikman), traducción española del original flamenco De Americaensche Zee-Roovers (Amsterdam, Jan ten Hoorn, 1678). El título completo de la obra, Piratas de la América y Luz a la Defensa de las Costas de Indias Occidentales (En que se tratan las cosas notables de los viajes, descripción de las Islas Española, Tortuga, Jamayca, de sus frutos y producciones, política de sus habitantes, guerras y encuentros entre Españoles y Franceses, origen de los Piratas, y su modo de vivir, la toma e incendio de la Ciudad de Panamá, invasión de varias Plazas de la América por los robadores Franceses, Lolonois y Morgan), nos da una idea de lo que esta obra era: una exitosa crónica de la vida y hazañas de los bucaneros que poblaban las aguas del Caribe en la segunda mitad del siglo XVII.
Edición holandesa y retrato del pirata John Morgan
Su autor, el francés Alexander Olivier Exquemelin, había iniciado su aventura americana como engagé (forzado) de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales, constituida en 1626 bajo el patrocinio del cardenal Richelieu para colonizar la isla de San Cristóbal y tomar posesión de las islas vecinas que no estuvieran ocupadas por europeos. El barco en el que viajaba cayó en manos de los piratas y Exquemelin fue vendido como esclavo en la isla de la Tortuga. Durante el cautiverio aprendió de su amo el oficio de cirujano y, en calidad de tal, abrazó la Ley de la Costa e ingresó en la congregación de los piratas, sirviendo a las órdenes de filibusteros tan conocidos como L’Olonnais, Henry Morgan o Bertrand d’Ogeron.
El relato de Exquemelin no sólo destaca por ser una de las primeras aproximaciones a un ámbito secreto y cerrado como el de la piratería sino que, además, incluye una interesante descripción de la flora y fauna de las islas caribeñas que el autor tuvo oportunidad de conocer en los diez años que residió en el Nuevo Mundo. Tratando el caso concreto de los frutos, árboles y animales que poblaban la isla de La Española destaca el siguiente comentario:

"La próvida naturaleza ha andado en esta tierra tan manirrota que, no queriendo que donde franqueó sus tesoros con tanta liberalidad, dejase de abundar en contramorbíficas infecciones (que a ser yo grande físico pudiera granjearme, como otros, el título de botánico), pues la medicina puede hallar aquí materia suficiente para trastornar los almacenes galénicos y hornos paracélsicos" (p. 46)

Con esta declaración, Exquemelin nos introduce en el universo terapéutico propio de la Edad Moderna, asentado sobre tres pilares básicos: la ancestral medicina galénica, con sus complejos preparados; la novedosa terapia química, con sus quintaesencias milagrosas; y la desconocida herbolaria de Indias, que tantos y tan buenos remedios prometía, si hacemos caso de las palabras de Exquemelin. Hace años que leí por primera vez este comentario del cirujano-pirata y sigo pensando que se trata de una definición redonda, que debería ser más tenida en cuenta por todos aquellos que nos dedicamos a la historia de la terapéutica en la Edad Moderna y que sólo pensamos en encasillarnos en nuestras coordenadas precisas. "No, yo me dedico a la espagiria que se practicaba a finales del siglo XVI…; no, yo sólo sé de los envíos de plantas a la Casa de Contratación sevillana…; pues yo sólo conozco la iconografía de los herbarios publicados en la Alemania de la Reforma…". Olvidamos que, si no abrimos nuestro objetivo, dejamos a oscuras determinadas parcelas que resultan imprescindibles para tener una visión global del período. Desde mi particular punto de vista, considero fundamental el conocimiento de la historia natural del Nuevo Mundo, pues resulta tan revolucionaria para la Edad Moderna como la propia alquimia. En una de nuestras últimas reuniones fue el propio Jose quien dijo, con muy buen criterio, que los españoles del XVI y XVII tenían los ojos vueltos hacia América, de donde venían novedades un día sí y otro también, de ahí que muchas de las acaloradas disputas observadas en otros puntos neurálgicos de Europa apenas si tuvieran repercusión en la Península. Ésta es, creo, una cuestión pendiente de la historiografía: intentar ensamblar aspectos que, para nosotros como historiadores, pertenecen a esferas diferentes del conocimiento pero que, para los encargados de protagonizarlos, constituían un todo indivisible.